Nací cubierta de aire
aplastada por el viento
de locaciones espaciales,
expuesta a una luz lunar
que permitió mi crecimiento
de pálida madurez.
Me desnudé en drama y arte...
en melancolía
pintada de un color invisible
como los tonos del cielo.
Un miércoles, una primavera,
aprendí el propósito de mi cómodo silencio,
incómodo e inaceptable para el resto.
Me forjé serena
en el tiempo de instrumentos celestes,
blanquecinos en su sonido,
y tuve anhelos de triunfo, de espectáculo,
los sueños trasladados a los terrenos inversos
de mi naturaleza secreta de escapar del mundo,
un giro inesperado
una paradoja.
Mi postura es el árbol
desbalanceado
y en equilibrio tembloroso
movido por el viento,
con un pie de apoyo y las manos en unión
vibrando en mi quietud floral;
siempre en flores, nunca en frutos.
En mis inviernos
hay nada más que ramas
y frías raíces en potencia que buscan avanzar.
La evolución es como el tren superior que se flexiona
viajando lejos y al ahora.
Mis sueños de ritmo
son la extensión de un suelo pélvico
con semillas flotantes
de elevación constante
a los universos opuestos a mi seriedad felina
de felicidad genuina inexpresiva.
Debilidad por lo opaco,
rechazo al fulgor,
porque he sido tan indefinible
y las sonrisas artificiales
me resultan incompatibles.